Editorial: Calma y trabajo
Cuando se escriben estas palabras, la situación es la siguiente: la Unión Europea y Estados Unidos se acaban de dar un nuevo plazo hasta el 9 de julio para pactar un acuerdo comercial. De lo contrario, la Administración de Donald Trump impondrá un arancel del 50 % a todas las importaciones de productos procedentes de países comunitarios. Desde un punto de vista informativo, estos datos son irrelevantes, ya que con toda seguridad las condiciones de las conversaciones cambiarán varias veces antes de que estas líneas se impriman y puedan ser leídas. La volubilidad negociadora del errático presidente de los Estados Unidos convierte en obsoleta cualquier información actualizada. Los enemigos de hoy pasarán a ser los socios comerciales del mañana, o viceversa. Las amenazas arancelarias se diluirán a las pocas horas o se inventarán nuevos mecanismos de chantaje para mover el marco de la atención de los medios de comunicación.
De las pocas cosas que podemos asegurar sin miedo a equivocarnos es que los aranceles no se aplicarán ni el 9 de julio ni serán del 50 %. Lo más probable es que se alcance un acuerdo en las próximas semanas y que la Unión Europea pasará de ser «el mayor enemigo global» a ser un socio fiable a ojos de Donald Trump. Tampoco es descabellado que se prorroguen las prórrogas ya prorrogadas y las amenazas aumenten los sobrecargos por encima del 100 %. Ya lo vimos con China o Reino Unido: en apenas unos días los aranceles sobre las importaciones chinas pasaron de estar gravadas un 145 % a hacerlo solo con un 30 % o del 25 % al 10 % para gran parte de los productos británicos. Como vemos, la política de negociación del presidente estadounidense se caracteriza tanto por su agresividad como por su inconsistencia.
Este impredecible contexto comercial no parece haber afectado al sector nacional del calzado, el cual, lejos de resentirse por la inestabilidad provocada por las continuas alarmas que advierten de la inminente aplicación de gravámenes extraordinarios, ha comenzado el año con notables crecimientos. Así, entre enero y febrero del presente año, España ha vendido a los Estados Unidos un 21,5 % más de zapatos que en el mismo periodo de 2024, por un valor también un 14,4 % mayor. Al contrario que otros países competidores en similares circunstancias, el calzado español se consolida en el mercado estadounidense, el cual, no se debe olvidar, es el quinto importador de zapatos españoles de todo el mundo y el que lo hace a un precio más elevado (en los dos primeros meses del año, a 37,7 euros el par frente a los 21,3 euros de media del total de nuestras exportaciones).
Este impredecible contexto comercial no parece haber afectado al sector nacional del calzado, el cual, lejos de resentirse por la inestabilidad provocada por las continuas alarmas que advierten de la inminente aplicación de gravámenes extraordinarios, ha comenzado el año con notables crecimientos.
¿Qué conclusiones se pueden extraer de estas cifras? Tal vez, únicamente, que, en un entorno convulso y poco estable, la industria española del calzado ha conseguido abstraerse del ruido y continuar trabajando como lo venía haciendo hasta ahora, mediante una apuesta por el calzado de calidad a un precio competitivo. Esto se debe a que el tejido empresarial de nuestra industria zapatera se compone en gran medida por marcas bregadas en cabalgar crisis y que no se sienten especialmente incómodas en contextos que exigen adaptación y sacrificio. Porque, ante circunstancias geopolíticas como las actuales, no valen más fórmulas que las de la calma y el trabajo. Y prepararse para el próximo cambio de humor de la veleta.
Categoría: Actualidad