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Editorial: Guerra

| 18 marzo, 2022 | Comentario

El presente 2022 iba a ser el año de la recuperación para el sector español del calzado. Todos los indicadores anticipaban que para estos meses se alcanzaría la tan ansiada estabilización de la actividad zapatera tras la crisis que supuso la irrupción del nuevo coronavirus a principios de 2020. Tras la debacle que significaron los primeros confinamientos y la paralización de la producción, las marcas españolas de calzado habían conseguido rescatar de los ERTE a la mayoría de sus trabajadores, las exportaciones volvían a recuperarse en los mercados extranjeros y tanto la producción como la facturación de las empresas retornaban a los niveles previos a la pandemia. Y todo ello teniendo que bregar con un consumo en depresión, trabas para viajar, cancelación de ferias comerciales, cuellos de botella en el transporte de mercancías, crisis de abastecimiento de materias primas y componentes, una inflación inédita en décadas, luchas comerciales con Estados Unidos con el calzado como herramienta de chantaje, etcétera.

Cuando parecía que la industria nacional del calzado podría superar cualquier dificultad sobrevenida, de pronto, todo estalla, literalmente.

Pero cuando parecía que la industria nacional del calzado podría superar cualquier dificultad sobrevenida, de pronto, todo estalla, literalmente. En la mañana del 24 de febrero, el ejército ruso invadió Ucrania, dando comienzo a un sangriento enfrentamiento bélico, que ya acumula miles de víctimas y que ha provocado, por el momento, el desplazamiento de tres millones de refugiados ucranianos. Una guerra en el este de Europa que amenaza con desbordar fronteras y cuyas consecuencias son difíciles de imaginar.

Más allá de la ruptura de relaciones comerciales con la Federación Rusa (duodécimo mayor comprador de calzado español en el mundo), las repercusiones de este conflicto armado sobre nuestra industria zapatera ya se empiezan a notar. Por ejemplo, los pedidos con destino a Rusia se han cancelado de manera abrupta, así como algunas compras de componentes para el calzado, como pueden ser las pieles curtidas (Rusia es nuestro cuarto mayor proveedor de cueros acabados). A esto hay que añadirle efectos indirectos y de coyuntura económica, como el encarecimiento del gas, el petróleo o los cereales. Todo ello está provocando actualmente que el índice de precios al consumo (IPC) marque un máximo histórico del +7,6 por ciento, un porcentaje que no se veía en España desde diciembre de 1986. La inflación descontrolada, que se prevé que alcance este año los dos dígitos, acarreará, con toda seguridad, un retraimiento severo del consumo y hará desplomarse la demanda de zapatos dentro y fuera de nuestras fronteras.

La certidumbre de pensar que, por mucho empeño, sacrificio y trabajo que pongamos por salir adelante, el fracaso de la diplomacia y los delirios megalómanos pueden echar por tierra todo.

En consecuencia, a nadie le sorprenderá si anunciamos que le esperan días duros al sector del calzado en España. Poniéndonos en el mejor de los casos (porque imaginarse el peor de los escenarios produce vértigos nucleares), la guerra finalizará de manera rápida y de la forma menos cruenta. El panorama que quedará será el de una larga inflación, la inestabilidad política y un inevitable repliegue de la actividad industrial.

Vienen días duros para todos. Y nos quedará esa sensación de impotencia ante una situación descontrolada que se escapa de nuestras manos. La certidumbre de pensar que, por mucho empeño, sacrificio y trabajo que pongamos por salir adelante, el fracaso de la diplomacia y los delirios megalómanos pueden echar por tierra todo. Incapaces de influir en decisiones que parecen desobedecer a una mínima lógica y humanidad, tan solo se nos permitirá compadecernos y cruzar los dedos por que este sufrimiento seguro sea lo más breve posible. Cuídense.

Descargar editorial de Revista del Calzado, nº 239:
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Categoría: Actualidad

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